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III. ¿Cuerpo sin Espíritu? y ¿Alma sin Espíritu?

 

 

  • ¿Existe el alma y el espíritu?

  • Comparados con el cuerpo físico, ¿qué son el alma y el espíritu?

  • ¿Qué implicaciones tiene el hecho de que el alma y el espíritu existan?, y en su caso ¿cuáles serían las implicaciones si no existiesen?

  • ¿El ser humano es sólo producto de la evolución biológica o tiene también un génesis oculto?

  • ¿Se podrán crear en el futuro seres inteligentes artificiales, con características comparables a las del ser humano, al grado de poder considerarlas personas?

 

Se recomienda leer el concepto de ubicuidad en el glosario. Hay quien no cree que exista el alma ni el espíritu o simplemente no lo entienden y solo fijan su atención en el cuerpo físico. Pero, analicemos. Existen conceptos en el diccionario para estos dos términos. Pero, más allá del uso que se le den a estas palabras para propósitos del lenguaje y la literatura, debemos centrarnos en estudiar si son entidades que realmente existen. Para empezar, se nos dice que el espíritu es el origen de donde todo surgió, y en nuestra teoría partimos de esa premisa, pues nuestra investigación nos ha llevado a probar que hubo un principio inmaterial que se volvió muy activo. El Universo físico surgió a partir de una pre-materia, que al aumentar en complejidad se hizo más denso y con peso y masa. Llamamos pre-materia a esa sustancia desconocida e indetectable que no está hecha de partículas, ni átomos ni energía. La pre-materia la hemos identificado en primera instancia con el espíritu, pero también con el alma o Mente Cósmica.

 

El hecho de que el científico jamás se digne siquiera mencionar el alma o el espíritu como entidades reales, ha hecho pensar a muchos que no existen, o en todo caso que forman parte del cuerpo y que surgen como consecuencia de su funcionamiento, es decir, son un efecto de los mecanismos del organismo. Pero, al parecer es justo al revés: el alma se formó a partir del espíritu, y el cuerpo material a partir del alma-espíritu. El orden de este génesis tiene repercusiones insospechadas.

 

 

Tradicionalmente se acepta que el espíritu es el aliento de vida, la fuente de la intuición, el carácter o la esencia de la persona, aquello que constituye la presencia, el "yo soy". El alma, en cambio, es el intelecto de las emociones, es el fiel de la balanza que decide lo que ha de hacerse, en base a alguna idea o disposición que está en relación directa con la emoción íntima. El alma es quien decide si le da preferencia a los impulsos del cuerpo o a la intuición del espíritu. Según su decisión, hará crecer al espíritu, o el alma se enajenará a favor del cuerpo, mientras el espíritu se adormece. Entonces, el alma decide qué parte se va a desarrollar y el carácter que va a mostrar ante el mundo. La persona común tiene, por lo general, un desarrollo equilibrado en ambos lados: cuerpo y espíritu. En la Biblia están reflejados simbólicamente y por primera vez en los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, como cuerpo, alma y espíritu, respectivamente. Y para que sepamos el papel de estas figuras, Génesis nos muestra que es Sem el patriarca en cuerpo físico, cuya descendencia desemboca en Abraham. Génesis 9:27 dice: "Engrandezca Dios a Jafet (espíritu) y habite en las tiendas de Sem (cuerpo), y sea Canaán su siervo" (hijo de Cam), es decir, que Cam (alma) obedezca en todo a Jafet.

 

Ahora, para ampliar más nuestro conocimiento, consideremos qué es infinito, qué es eternidad y la teoría de los sistemas, que están explicados en la sección del glosario. Combinando todos estos conceptos, la paradoja del Ser empieza a hacerse evidente. El Ser es una organización o sistema, como lo es una piedra, el aire, usted o el Universo entero. Pero son tres entidades elementales las que constituyen un Ser: el espíritu, el alma y el cuerpo, los cuales al desarrollarse, se van manifestando nuevos seres dentro del Ser original, constituyendo jerarquías, de las menos a las más desarrolladas y complejas. Hay seres que forman parte de seres más desarrollados, como las células que constituyen nuestro cuerpo. Pero también existen seres imperceptibles para nosotros, constituidos de un "algo" no dilucidado por la ciencia, como los espíritus.

 

El espíritu supremo es Dios, y también es el ser supremo, constituido igualmente por tres entidades, semejantes al espíritu, alma y cuerpo, pero no iguales, y son: el Padre, el Espíritu Santo y el Hijo, entendidos en ese orden. Este Ser supremo contiene a todos los seres, y los hace evolucionar y progresar eternamente. En ese sentido, hay seres muy evolucionados, con gran poder mental o gran poder espiritual, y hay otros con espíritus todavía sin desarrollo, totalmente inconscientes de sí mismos, pero que pueden tener gran vigor físico. Al principio de la evolución biológica, el progreso fue para el cuerpo solamente, y el espíritu reservó su desarrollo para después, cuando el individuo tuvo consciencia de sí mismo y de sus propias acciones.

 

El alma y el espíritu fundamentan al cuerpo, no al revés. El cuerpo, el espíritu y el alma no son aspectos independientes de la persona, sino que los tres forman una misma unidad indivisible, llamada Ser. Si dijéramos que son entidades que se pueden independizar, es como aceptar que todos los átomos de que está compuesto nuestro cuerpo se pueden separar de él sin daño para el cuerpo. Por eso, no puede haber un cuerpo sin espíritu y sin alma; son inseparables. Aunque el espíritu sí puede perder su cuerpo físico, porque el espíritu es el origen imperecedero del Ser, del que procedió toda su evolución, pero el cuerpo es momentáneo. El alma puede desaparecer como entidad, después de la muerte del cuerpo, pero toda la información que el alma tenía queda respaldada en el "disco duro Cósmico", en la Mente Cósmica, porque la información creciente en el Universo siempre se conserva. Y en función de esa información, el alma puede volver a resurgir en otro tiempo.

 

Estos tres elementos del individuo podemos conceptualizarlos como niveles jerárquicos consecutivos, desde el más sencillo al de mayor complejidad y densidad, que es el cuerpo físico. Nuestro cuerpo está formado por partículas, átomos, moléculas, células, tejidos y órganos, que son diferentes niveles de organización, cada uno con sus propias leyes de desenvolvimiento. Se fueron formando conforme la naturaleza evolucionó desde lo más simple a lo más complejo. El nivel físico más simple es el de las partículas subatómicas, y antes de éste no existía todavía la materia, pero existía algo intangible, que constituye el nivel de las almas y del inconsciente colectivo. Los niveles posteriores al Big Bang corresponden a la materia, y siguen una evolución de lo más simple a lo más complejo y denso. Pero, los niveles anteriores al Big Bang siguen un esquema de desarrollo diferente: se apegan fielmente al desenvolvimiento de los conjuntos infinitos inclusivos, que se caracterizan por su ubicuidad: cada ser espiritual o espiritual-mental (alma) se puede encontrar en el punto más pequeño del Universo y al mismo tiempo abarcar la totalidad. Esto se debe a que estos niveles existieron antes de que se estableciera que el tiempo solo puede correr en un solo sentido, del pasado hacia el futuro. Además, el desarrollo de estas entidades invisibles corre de lo más abstracto y menos consciente hacia lo más concreto, más consciente y más particular, y tal evolución continúa hasta el día de hoy, cuyos efectos se manifiestan en el cuerpo físico. De manera que, todos los niveles jerárquicos son consustanciales, derivados por evolución desde el espíritu puro.

 

Los niveles intangibles del Ser (espíritu y alma) se desenvuelven en un espacio bidimensional, donde el pasado y el futuro co-existen en un presente eterno. Inclusive, la individualidad no está separada de los demás, pues no han perdido su continuidad con la Totalidad, es decir, la individualidad se percibe sólo en relación consecuente al Todo. El individuo es consecuencia del Todo manifestado, y el Todo confirma y fundamenta a los individuos. Por eso, ha de desarrollarse primero el cuerpo físico, a pesar de ser el más tardío en aparecer, aumentando en vigor primero, y luego en experiencia y conocimientos. Y posteriormente comienza el desarrollo del alma y del espíritu, aumentando en consciencia, percepción y en control de sí mismo, si es que el alma no pierde el camino correcto.

 

El cuerpo físico puede llegar a tener un gran potencial de dominio y expansión, pero es perecedero finalmente, como lo es el tiempo: tiene un principio y debe tener un final. Pero, el espíritu es eterno. El primer nivel que se formó, el espíritu, es tan elemental que su naturaleza le hace ser totalmente diferente a todos los subsecuentes niveles jerárquicos. Podemos resumir que el Ser universal es infinito en sus manifestaciones y periódico en su funcionamiento y renovación, como lo es su vida, pero es eterno en su duración. Y en comparación, la materia es infinita y periódica en su aparición, manifestación y desaparición, y eterna solo su esencia conceptual. Pero cuando nos referimos a los individuos particulares, el espíritu, al igual que el alma, se pueden perder si no siguen el desarrollo que se espera de ellos. Todos los parámetros que dependen del cuerpo físico desaparecen al completarse su ciclo, y entonces ese sistema físico decae y muere, pero sus componentes más elementales se reutilizan en otra cosa. Cuando el cuerpo físico desaparece, ya sea una simple piedra, planta, animal o ser humano, su esencia original queda aislada de toda manifestación física y permanece en una especie de latencia por tiempo indefinido, hasta que el Espíritu Supremo vuelva a evocarlo.

 

La naturaleza del espíritu está fuera del campo de estudio de la ciencia, pero hay evidencias de su existencia, tanto en el ámbito científico como en el cultural. Se le compara con un cuerpo semejante a la energía, pero más sutil que el campo electromagnético, y en realidad está compuesto de vibraciones características que trascienden el espacio y el tiempo y no están constituidas por energía material, sino por algo más simple desconocido hasta hoy por la ciencia.

 

El hombre originalmente es un espíritu preexistente, anterior al Big Bang, que después habita en un cuerpo temporal y que tiene un alma, que le debe ayudar y guiar en su tarea de progreso. Espíritu se es, alma se tiene. El espíritu es la esencia divina, inmortal y eterna, emanación de Dios, que portamos en lo más profundo de nuestro ser, y cuyo destino final depende de nuestras acciones. Durante nuestra vida física, podemos alimentar su desarrollo, armonizándolo con la fuerza del Espíritu Santo, la luz eterna e inextinguible, que nos ilumina en los momentos cruciales de la vida. O podemos olvidarnos de él, y entonces se extinguirá, por falta de desarrollo. El alma, en cambio, es un lenguaje universal mental, inscrito en la Mente Cósmica, desde la cual percibe directamente, y no depende del cerebro físico para funcionar. Su percepción corresponde aproximadamente a la parte inconsciente de nuestra mente, pero en ciertas circunstancias puede pasar a la consciencia de manera momentánea y parcial, y nos puede traer certezas inexplicables sobre determinado asunto. Nuestra labor es enriquecer el alma, con la luz de la conciencia (espíritu) y la razón (cerebro), que nos "habla" desde el interior con fuerza emocional. Así se forman las dualidades espíritu-alma y alma-cuerpo, y la tarea es desarrollarlos armónicamente.

 

Cuando un sujeto tiene pena o sufre un estado de profunda tristeza o de inmensa alegría, generalmente es el alma la que está sintiendo esto. En cambio, cuando alguien dice "yo soy el que soy", es el espíritu el que se expresa. El espíritu puede re-potenciar la mente, alma y cuerpo con nuevos bríos, pero es el alma la que debe atraer esa propiedad desde el espíritu hacia el cuerpo, si está preparada; de lo contrario, será atraída y atrapada por la sensualidad del cuerpo.

 

Así pues, podemos conceptualizar al alma como una mente que funciona más o menos independiente del cerebro, porque surge casi totalmente del inconsciente. El inconsciente colectivo forma parte de este nivel; es una masa inmensa, de la que se pueden distinguir dominios diversos: dominios de grupo, dominios de raza, de nación, de planetas, y dentro de todos ellos están los dominios personales, los más pequeños. Pero ningún dominio es independiente, todos forman parte de una misma masa organizada e inmaterial, pero entre más grande sea la jerarquía, más cerca está del origen y más difícil es percibirla por nosotros, los seres individuales.

 

Nuestra mente consciente depende fundamental-mente del cuerpo, y más exactamente del cerebro. Se ha dicho que utilizamos solamente el 10% de nuestro cerebro, y el resto corresponde a reacciones inconscientes, que la mayoría de los humanos no usamos ni controlamos. Pero, cuando logremos utilizar más de ese 10%, significará que nuestra consciencia se está expandiendo, gracias a que tendremos una capacidad de percepción aumentada, con ayuda del alma y espíritu, que habrán logrado expandir sus dominios más allá del cuerpo, a una realidad que nos trasciende. Normalmente, estamos unidos a la mente extracorpórea por puentes invisibles, a través del alma. Nuestra consciencia ha tenido siempre tendencia egocéntrica, pero cuando rebasemos la barrera que mencionamos, comenzaremos verdaderamente a invertir este comportamiento, para volvernos híper-conscientes de los demás al aumentar nuestras capacidades de percepción más allá de los cinco sentidos físicos, y lo podemos llamar tendencia egodispersa.

 

La teoría de conjuntos infinitos nos explica este efecto, donde el conjunto mayor es la Mente Cósmica, y el conjunto más pequeño es nuestra alma individual. El inconsciente colectivo de la humanidad es también una muy pequeña proporción de la Mente Cósmica, en la cual nos podríamos mover libremente si estuviéramos preparados, y percibir lo que está fuera de nuestro campo de visión casi sin que los razonamientos de la mente consciente intervengan. Si alcanzamos este nivel, nuestra mente consciente será transformada para siempre, porque parte de nuestro inconsciente se volverá consciencia, pero será al mismo tiempo una consciencia libre que ya no dependerá tanto de los mecanismos lógicos de nuestro cerebro. Nuestros sueños saltarán a la consciencia de ahí a la realidad más fácilmente. La simbología arquetípica y onírica se volverá entendible, clara como el cristal. Y en ese estado, la meditación podría guiar eficientemente nuestras vidas.

 

El modo más sencillo de mostrar los efectos del espíritu sobre el cuerpo y sobre la materia es considerando lo siguiente: toda la materia está inmersa en un fluido de energía extra, que no forma parte esencial de la estructura física, pero que puede ocultarse en ella, dotando a la materia de propiedades extraordinarias. Esta energía extra se puede manifestar en forma de radiaciones, electrones y fotones, que pueden estar retenidos en los átomos que conforman los cuerpos físicos. Lo podemos notar, por ejemplo en la incansable actividad de los organismos vivos, que acusa la existencia de un exceso de energía, mayor al necesario para mantenerse vivo. Hay moléculas que se pueden cargar con grandes cantidades de energía extra, como el caso del agua, los metales o el ADN, molécula donde reside la herencia de los seres vivos. Imagínese cómo se comportará el agua energizada, formando parte del organismo humano, y las implicaciones del ADN, que en forma natural soporta gran cantidad de energía extra, por lo menos en cada fosfato y en cada puente de hidrógeno.

 

Una piedra, un grano de arena, una planta, un animal o el ser humano tienen un ambiente energético extra, que puede llegar a ser muy exuberante, y puede cambiar con el tiempo. Y esa influencia energética generalmente es mixta: proviene del exterior del organismo, pero también surge del propio interior, por el trabajo de las diferentes funciones del cuerpo, incluido el cerebro y sus pensamientos. Entonces, la energía ambiental que nos contagia puede ser física, química o mental. Por eso, la sugestión, la imaginación y el deseo tienen un gran poder sobre nuestros espíritus y mentes.

 

Se ha fotografiado el aura humana. Se ha fotografiado el aura electromagnética de las hojas de las plantas, y desde tiempo inmemorial los acupunturitas chinos curan por el equilibrio de las corrientes energéticas del yin y el yang, que recorren el cuerpo humano. Esta medicina es tan efectiva que ha sido adoptada en muchas clínicas occidentales, aunque no se sepa exactamente qué son el yin y el yang. El Paradigma Paradójico propone cual debió ser su origen. Son evidencias tangibles de una realidad invisible, de fuerzas de origen inmaterial capaces de aglutinar y organizar la materia, y que la ciencia moderna no puede explicar aun. Toda esa energía extra está conectada al alma y a las capacidades de la mente consciente e inconsciente.

 

 

Respecto a la pregunta de si la ciencia alguna vez podrá producir autómatas que lleguen a tener la sensibilidad humana, podemos considerar que un robot, creado artificialmente por el hombre, carecerá de espíritu y de alma, porque nunca nació, sino que fue elaborado con partes inanimadas, y está incapacitado para establecer contacto sensible con la mente colectiva. No tendrá sueños ni intuiciones, no tendrá sensibilidad humana. Podríamos pensar que las cosas inanimadas y los animales tienen también un alma y un espíritu, pero no tienen desarrollo, en el sentido de que carecen de un atractor superior que los guíe, y no pueden hacer vínculos prácticos espíritu-cuerpo y alma-espíritu, por lo que sus tres entidades se quedan sin desarrollo. Por eso, por muy evolucionado que sea un robot o autómata jamás podrá llegar a ser como un humano. En cambio, algo mágico esconde la molécula de ADN, donde están codificados los genes de los seres vivos, y es la energía extra que almacena la que está relacionada con el desarrollo del alma y el espíritu a expensas de la materia corporal. Así, una clonación dirigida en laboratorio con buenas técnicas sí podría producir una nueva persona, o quizá se trate de copias de la persona donadora del ADN.

 

Una célula madre clonada y desarrollada en el laboratorio puede reproducir a un ser vivo, de acuerdo al código genético contenido, incluyendo las capacidades de su alma. Pero, su desarrollo y sanidad dependerá en un 50% del medio en el que se críe, es decir, quizá ya no haga las mismas cosas que hizo su original ni tenga la misma percepción de las cosas, si por ejemplo, fue criado "in vitro" y no tuvo una verdadera madre. Pero, aquí topamos con normas morales y religiosas, que hasta el día de hoy el ser humano no está preparado para tomarlas seriamente. Este campo del conocimiento es nuevo y se encuentra prácticamente inexplorado. En el futuro, el sentido moral de las cosas deberá ser sostenido científicamente, cuando se entiendan bien las repercusiones de estas acciones. Pero, el genio humano es parte de los mecanismos de la evolución de los seres, es decir, forma parte del progreso comunal predeterminado.

 

Si se clona a una persona, con la consecuente falta de amor maternal, podría carecer de la motivación original que tenía el que donó el ADN. Y en tal caso carecería del vínculo espíritu-cuerpo, y la depresión que esta falta de atractor produciría lo podría aniquilar; quizá se presentaría algún mal orgánico y no habría manera de salvarlo o prefiera el suicidio. O peor aún: a falta de atractor original, el clon generaría su propio atractor artificial, desvinculado del contexto natural, y atraído sólo por necesidades o deseos del cuerpo, podría ser insensible a la moral y no distinguir lo bueno de lo malo, y cometer crímenes sin la menor sensación de culpa. Tratando de buscar solución a este inconveniente, podría pensarse en una programación artificial de su voluntad, y formarle una necesidad interna de desarrollo. Pero, nuevamente topamos con cuestiones morales bastante graves sobre la libertad y el derecho. Se podría concluir que el hombre requiere un nivel de consciencia superior al actual para poder ser responsable de creaciones como estas. Y aun así, es dudoso que sea moralmente bien visto el que el hombre tenga autoridad de crear otros seres humanos por vías no naturales, aunque fuera para mejorar la especie.

 

La actitud prevaleciente en la mayor parte de la gente es olvidar al espíritu, y centrar su alma en las cosas cotidianas del mundo. En esas condiciones, el espíritu no solo no se desarrolla, sino que queda estancado en los oscuros rincones del ser. La sociedad actual fomenta lo inmediato, lo perecedero. En cambio, lo que es previsión siempre se pospone o se plantea sobre la marcha y solamente para el futuro inmediato. Lo que es permanente, como el espíritu y sus potencialidades no forman parte de nuestro pensamiento cotidiano. Estamos instalados en el consumismo y la búsqueda de la comodidad y seguridad física de nuestra familia, o bien en la pobreza y sin objetivos a largo plazo. ¿Qué repercusiones tendrá este olvido reiterativo? Si somos seres trinos, entonces estamos cometiendo un error terrible, al dejar una tercera parte de nuestra naturaleza fuera de toda consideración, porque a la larga este desvío va a cobrar factura. Y puede que ya no falte mucho para eso, porque llevamos incontables generaciones sin declarar el error ni corregir el camino, ya que el cultivo integral del espíritu debería formar parte de nuestra educación.

 

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